9 de febrero de 2012

Covadonga

Frente al Teatro Monumental de Madrid, antes del concierto de RTVE, haciendo esquina, está el bar Covandonga. Francamente, si hubiera ido sola, no hubiera entrado. La pared tras la barra está presidida por un mapa de Asturias y toda suerte de mugrientas fotos de la tierra.

Tras la barra, madre e hijo. No pueden negarlo. Tres clientes en una esquina. Dos hombres y una mujer que lleva dos copas de más. Y son las ocho de la tarde. Uno de ellos habla alto, intentando tapar el futbol que hay de fondo. "Venga, ponla una copa, que ya pagará ella otro día", invita a la mujer. "Pues no sé cuándo va a ser eso, porque ya sabes cómo están las cosas" agradece ella. Mientras la madre nos pone el café y miro la taza de reojo, y de fondo se ve un plato de chorizo a la sidra que no parece para nada recién hecho, el hijo, con una sonrisa pícara prepara la copa de la que ni pregunta qué tiene que llevar.

Mientras doy el primer sorbo (en plazas más difíciles hemos toreado), el hombre se arranca a cantar. Improvisa sobre la marcha una canción sobre el barrio, lo orgulloso que se siente de formar parte de él, habla sobre cómo todos se conocen y se ayudan, y cómo no lo cambiaría por nada.
 Los otros dos clientes escuchan y asienten mientras canta. Dentro de la barra, hay dos sonrisas. Supongo que yo tengo otra en la boca o que miro descarada sin poder evitarlo.

Y nos acabamos el café, y salimos medio apurados, como que hubieramos estado presentes en un momento que no nos pertenecía. Y me lo guardo para mi, sintiéndome afortunada por haberlo vivido.

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