7 de febrero de 2012

El vino en la Conca del Barberá



Ramón me hace esperar un rato porque justo ha llegado una habitación. Mientras espero, observo el pueblo un poco más detalladamente y me doy cuenta de que hay  dos tipos de casas. Las totalmente abandonadas y las que están a todo lujo de detalle. Nada intermedio.
Llega como es, tranquilo y abre una puerta que da al sótano de la casa donde vive. En una mitad vive él con su mujer y sus hijos y la otra la ha convertido en casa rural para seis personas. El sitio está lleno de artilugios para hacer vino. En cada rincón se amontonan cosas difíciles de ver… un tonel del siglo quince, en el que todavía las tablas no están rodeadas de metal, sino de madera, porque el metal era muy caro. Una prensa desmontable, despalilladoras manuales reconvertidas en eléctricas gracias a una molino de viento que todavía está instalado en la casa y más tarde a un grupo electrógeno, una romana pesa toneles también desmontable, un artilugio para arrancar las cepas muertas por la enfermedad de difícil nombre que azotó Europa y mató casi todas, la exención de impuestos a su tatarabuelo después de la enfermedad, alambiques, medidores de acidez, de grado alcohólico, cacillos, toda suerte de recipientes para transportar uva (de madera, de ruedas de camión…), arados romanos, sulfatadoras manuales y más nuevas… estamos más de una hora mirando, explicándome, intentando comparar con lo poco que yo conozco… y pasamos a ver las cups, o el lagar donde se fermentaba la uva con el hollejo. Tan distinto a lo nuestro. Recubierto de azulejo, ideal para limpiar, tiene hasta siete cups, ahora comunicados porque así lo ha querido Ramón y donde, al fondo, guardan una colección de vino desde 1902 hasta la época.
Confiesa que el abuelo todavía hace aguardiente con el hollejo de un amigo que tiene una bodega ecológica, del que me va a dar una botellita, me regala una de vino ecológico y unos tomates de la huerta, a la que no hecha nada (la cuida el abuelo y la hace cosas con ortigas… algo que me recuerda a Matavenero..).

Y me decido a acercarme a la bodega del tal Joan Ramón (sí, era un nombre de la zona que ha ido pasando de padres a hijos, como en el caso de Ramón, que desde su tatarabuelo así es, y así se llama su hijo, claro), a ver si aprendo algo. Y me recibe un negrito que le cuida la finca (yo hago de todo, la viña, pongo etiquetas, limpio…) y que no sabe qué vino de los 5 que tiene me va a gustar más. Y cuando ya me decido por una botella del más caro (14 euros!), aparece el dueño. Es joven aunque con el pelo totalmente blanco. Da la sensación de vivir bien y ser de esa gente de bien que decide marcharse al campo. Pruebo el vino, me explica que no es ecológico, sino biodinámico, lo que significa que hacen una especie de homeopatía a la tierra, usando sus propios brebajes y sin echar nada artificial. El vino es fuerte. El primero que pruebo tiene 12 meses en barrica y parece un vino joven. El año que más, tiene 30000 kgs de uva y la mayoría de su vino no lo vende aquí: USA, Japón, Italia, Alemania, Francia… este mercado en España está por desarrollar. Pero me comenta que cada vez hay más gente buscando este tipo de productos. Es enólogo. Termino comprándole una botella de cada, incluso del blanco, que está hasta sin filtrar y que él mismo me recomienda que decante y lo deje un rato hasta que se le vaya el olor a huevos podridos que tiene. Tengo ganas de llevárselo a mi tío, para que vea cómo hace la gente dinero.

Mañana saldré temprano. Ahora estoy, en mi silla, bajo el cenador del patio de atrás, viendo de nuevo atardecer. El valle está cubierto de bruma y el sol lo tiñe de amarillo, naranja, fucsia, hasta que se esconde tras las montañas. Tengo que volver a este sitio para poder patear por la zona y conocer a algún otro Ramón que me cuente su historia y me haga seguir dando vueltas a la idea de que en los pueblos se vive mejor.

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