7 de julio de 2014

Tres Cruces

Ayer recibí el correo de un amigo preguntando qué tal estoy y haciéndome notar que hace mucho que no pongo nada en el blog. Cuando he visto que hace casi un mes de la última entrada, no lo podía creer. Se me ha pasado el tiempo volando, y volando sigo en el colegio, como os contaba en la última entrada.
Pero no todo es trabajo e intentar ayudar a las chicas, que ya han hecho los exámenes de los cursos suspensos del año anterior (el viernes) y que siguen haciéndome recordar la historia universal o las matemáticas y la química básica. Ni cocinar y aprender cosas ricas para hacer cuando vuelva, o tener durezas ya de tanto picar cosas. ;) También ha habido aventuras de fin de semana. Y digo aventura, porque en el momento en el que sales de los circuitos un poco más turísticos, moverse es toda una aventura en este país.
Como intentar llegar a Tres Cruces,
un mirador sobre la reserva del Manu a ver amanecer. Una vez al año, sobre estas fechas, el sol "bota" cuando sale (efectos ópticos increíbles) y solo pasa en dos lugares en el mundo. Y uno es aquí. En el mapa, desde Urubamba hasta Paucartambo, parece que no hay distancia. Mucho menos desde esa población hasta Tres Cruces.  El camino desde Cusco hasta Paucartambo está estupendo, me dicen, y es que la mitad ya está asfaltado. Como siempre que hago una ruta nueva el paisaje es espectacular: altos cerros, ruinas en medio de la nada, campos labrados en diagonal por la pendiente y las lluvias por venir, un pueblecito perdido en el valle, el río azul glaciar que discurre al fondo. Y se acaba el asfalto y comienza el camino. Inconscientemente te agarras a donde puedes, viendo el precipicio a la izquierda, la rueda junto a él, los socabones y riachuelos que bajan cruzando la "carretera" y entiendes por qué la gente aquí cree en un dios que les cuida. Apenas dos horas y media, cuando antes eran siete, hacen que lleguemos a Paucartambo a la hora de comer. La primera imagen del pueblo me hace recordar a Asturias: un puente, mandado construir por Carlos III que más parece romano, flanqueado por casas blancas con balcones de madera pintados de azul celeste y al fondo, los puntiagudos cerros. Es casi como volver a la madre patria. La imagen desaparece cuando pasa una señora con su falta abullonada, su sombrero rojo lleno de abalorios y su tela multicolor a la espalda portando vete tú a saber qué. 
El día pasa viendo un desfile de todas las instituciones de la región, celebrando el 189 aniversario. Desfilan todos, colegios, trabajadores de los ministerios, comunidades campesinas que bajan desde los cerros para hacerse presentes, a veces con una cartulina pegada a un palo de escoba con una frase de felicitación con más buena intención que ortografía... todos desfilan durante 5 horas delante del alcalde y todos los políticos de la zona, mientras desde un balcón, dos periodistas que anuncian quién va pasando y qué baila o representa, se van quedando afónicos con el paso de las horas.
Se hace de noche en el terminal de autobuses y combis (furgonetas). No somos capaces de encontrar a nadie que nos suba hasta Tres Cruces. Por ser fiesta, están todos celebrando y tomando en la verbena. Todos los hospedajes están llenos y a las 10 de la noche, el abuelo encargado del terminal, nos echa a la calle hasta que amanezca. Quedamos en el frío que cada vez se hace más intenso, otro caballero, Bernar (un señor que trabaja en el internado que se vino conmigo) y yo. Las dos combis que están fuera nos piden un dinero que no estamos dispuestos a pagar por subir, y desaparecen. Nos quedamos solos, conversando y arreglando el mundo durante horas, mientras nos vamos poniendo toda la ropa que tenemos encima, y los pies se nos van quedando congelados. Tenemos de margen para conseguir transporte hasta las dos de la mañana, ya que la subida al mirador para ver amanecer son por lo menos dos horas, y amanece muy temprano.
Son más de la una de la mañana cuando vemos pasar un combi lleno de abuelas y una bicicleta detrás intentando darle alcance. El chico, que ha perdido la esperanza de subir a tiempo, se viene a hablar con nosotros y nos cuenta que son tres amigos que quieren bajar, después de ver amanecer, hasta Pillcopata (la selva) en bici. Hacemos grupo y esperamos los seis a ver si aparece alguien. Todos han perdido la esperanza de subir excepto yo, que sé que en este país las cosas al final salen, de la manera más insospechada.
Y así, a eso de las dos menos cuarto, veo a un chico acercarse a una combi. Me acerco a él, entre "para qué vas a ir, que no, que no vayas" de los cinco restantes y le pregunto. Efectivamente, no sube a Tres Cruces, es más, tiene una rueda pinchada. Pero hablo con él y le propongo un servicio "expreso" (especial). Duda, pero no dice que no. Aviso con señas al resto y se acercan dos cuando ya le estoy negociando el precio. Les dejo a los peruanos solos para que se arreglen entre ellos y cinco minutos después,  están cambiando la rueda de la camioneta y cargando las bicicletas.
No os he dicho todavía, que aquí no miro nunca el estado de los neumáticos. Me obligo a no hacerlo, pero esta vez es imposible no mirar: la banda de rodadura está despegada unos 30 cms de la carcasa. Lo comento, así, como que no quiere la cosa y me responden un "es normal, no pasa nada", que desde luego no me compensa. Pero me doy la vuelta y pienso que no soy tan importante como para salir en los periódicos por un accidente subiendo a Tres Cruces.
A las dos, estamos montados los 6 y otros tantos chavales de la zona que quieren ir a su casa después de la fiesta y la consiguiente borrachera. Además, una madre adolescente con su niño a la espalda completan el pasaje. La combi es muy viejita y el camino tan horrible que tardamos dos horas y veinte minutos en subir. Cuando ya está casi arriba, el conductor nos confiesa que no tiene frenos para bajar. Lo dice como que no pasara nada. Bernar y yo nos miramos y decidimos que habrá que buscarse la vida para bajar, aunque sea andando. No hace falta que nos digamos nada, una mirada basta. Temerarios sí, suicidas, no.
El amanecer es espectacular aunque está nublado y no vemos el sol botar. Arriba nos encontramos con tiendas de campaña, olor a incienso, música chill out de grupos de extranjeros que han subido a llenarse de la energía del sol, pero también al grupo de abuelas bromeando y cantando "los tres cerditos", totalmente surrealista, junto a los pájaros de la selva que se oyen al fondo y el viento helado que hace que con toda la ropa que he traído para el viaje y metida dentro del saco, tirite de frío.
Bajamos con las abuelas, que se apiadan de nosotros cuando les contamos la historia del freno y después de un buen desayuno caliente y otras tres horas más hasta Cuzco, se separan nuestros destinos. El tercer caballero, del que no sabemos el nombre, resulta ser un periodista de la zona central del país que tiene una columna de viajes. Prometió contar la experiencia, feliz de todo lo que había pasado.
Así pasan los fines de semana en cuanto me muevo. Y cuando no me muevo, siempre hay algo de lo que asombrarse. La vista no termina de acostumbrarse a desayunos en la calle, abuelos en el balcón, colores, olores... pero eso es otra historia. Espero poder contárosla pronto (y que no pase un mes).
Disfrutad del día a día.
Un abrazo!

2 comentarios:

  1. Ains!
    cómo hemos esperado el momento de poderte volver a leer!
    Me alegra mucho que estés disfrutando tanto del viaje! con sus aventuras y sus desventuras!!!
    Como no podía ser de otra manera! jajajaj
    Gracias!
    Bss

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  2. Un libro con miles de páginas no es suficiente para reflejar todos los sentimientos y peripecias que estás viviendo.
    Un abrazo

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