21 de agosto de 2015

A las afueras del mundo, de Jesús Gil Vilda

El libro me llegó con una nota que me tocó el corazón, de una de esas personas que entraron en mi vida para quedarse, aunque nos veamos muy raras veces y estemos años sin saber el uno del otro.

Me costó cogerlo y decidirme a abrirlo, en un momento en el que tengo seis libros empezados y no soy capaz de acabar ninguno. Como me pasa hace ya unos años.

Sin embargo, desde la primera página, desde el primer párrafo, la magia, esa magia que consiguen tan pocos autores, de arrastrarte a su mundo y formar parte de él, se apoderó de mí. Tanto, que en la página 16 le envié un mensaje que decía más o menos "ya estoy enganchada".

Dos días después, sus 300 páginas habían sido devoradas sin descanso, haciéndome enamorarme, llorar, sufrir, odiar, arrastrarme por un túnel, volver a Londres, disfrutar aprendiendo historia y ciencia... vivir una vida paralela (y sin embargo tan posiblemente actual) a través de sus páginas cargadas de crítica social y realidades tan cercanas que a veces se nos escapan. Barbaridades que normalizamos y nos narcotizan. Manipulaciones orquestadas que es más fácil no ver.

Podría escribir horas sobre la trama, la maestría con la que maneja las escenas y los personajes, tan reales y miserables como grandiosos, las frases maestras por ser verdades que sólo pueden salir de las entrañas de quien las ha sentido alguna vez, pero prefiero no contaros nada. Sólo recomendaros su lectura, y cuando lo hagáis, pediros que quedemos a tomar un café, o un vino, aunque sea cibernético, y sólo entonces hablar y debatir sobre todo lo que os inspire, como me hubiera encantado hacer hoy con mi amigo, en lugar de reducirlo a unos mensajes escritos. Maldito teletransporte.

Estoy convencida de que si Jesús fuera americano, y no español, su novela sería un bestseller y acabaría convertida en una gran película. Ojalá suceda.

Mientras, releeré "A las a fueras del mundo", y soñaré con conocer al autor, compartir un vino y poder decirle que me enganchó antes de que la página estuviera numerada con su" Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres" (San Juan de la Cruz).

16 de agosto de 2015

Puestas de sol

Volvemos hacia casa después de un café y un momento dulce. Con su pelo rubio recogido en un moño y la barba del color de su piel tostada por el sol, canta al viento, sin miedo, con energía, guitarra en mano, funda en el suelo donde brillan monedas doradas que no le llegarán para comer, o quizá sí. Las miro, me cruzo con su mirada sin poder evitar una sonrisa. Se cruza con la mía sin parar de cantar y sonríe también él con su frescura veinteañera y sus ojos llenos de paisajes y puestas de sol. No llevo monedas, sé que lo sabe y sigo caminando. Dos pasos después me vuelvo de nuevo y me resuenan sus palabras en el corazón, lo miro a los ojos otra vez más y mientras sigo caminando lo veo sonreirme en la distancia, con una sonrisa sincera, cantando para mí, reconociendo quizá también en mis ojos, los paisajes y las puestas de sol acumuladas.
Y admiro su juventud y valentía. Y deseo encontrármelo un par de horas más tarde y escuchar su historia, compartir un momento y atesorarlo, guardarlo en el rincón de los momentos que te hacen amar la vida.
Y deseo, por primera vez desde la vuelta a casa, soltar el miedo, recomenzar ruta y seguir acumulando canciones, paisajes, gentes y puestas de sol.